Quiero llorar. Es tan feo no sentirse querida por aquella persona que tú más quieres en el mundo, por aquella persona por la que darías todo. Es tan feo que un día te digan algo y al siguiente, todo sea diferente. Se va y no piensa volver, me dice “adiós” y no lo voy a volver a ver. O por lo menos, de la misma manera que lo hacía, pues sus ojos jamás se fijarán nuevamente en mí como lo hicieron aquel día y mucho menos, sus deseos de tocarme una vez más, de besarme y abrazarme, se van a encontrar en off, apagados y dormidos junto a la nueva sensación de la vida, de la libertad. ¿Libertad acaso dices? Libertad es sentirse libre, estando o no en un compromiso. Lo que tú querías no era libertad, era una nueva vida, ser uno más en el montón y no desencajar.
No volveré a tocarte, lo sé. No volveré a rozar mis labios con los tuyos y es ahí cuando todavía no puedo recordar nuestro último beso, aquel que fue cuando tenías un poco de amor. ¿Hubo un último beso o simplemente te fuiste para no volver? No lo sé, pero sé que ese beso no volverá, se que no lo tendré ni podré saber como saben tus labios por última vez. Te escuché respirar y reír, te escuché llorar y hablar. Pude ver sonrisas en tu rostro y hoy sé, que si te cruzo algún día, esas sonrisas ya tendrán otro nombre y no se llamarán como se llamaron en nuestros tiempos. No seremos más vos y yo, seremos “aquel y aquella extraños”, unos más del montón que se perdieron por no saber coordinar. ¿Qué irónico, no? Dijiste que prometías guiarme hasta el final, prometías amarme sin importar las consecuencias, sin importar el que dijeran. Y hoy ¿qué tengo? Ni tu amor, ni tus promesas, ni tu mirada y mucho menos, tus palabras.
Me tengo que acostumbrar a un mundo en el que tú no estás, en que tu ausencia pueda hacerme sonreír y no llorar. No más lágrimas con tu nombre y en tu honor, no más sacrificios ni promesas falsas, guardo las esperanzas y las aparto de mi camino. Las escondo, las congelo. Muero en este camino, nace uno nuevo. Ahí estoy yo, ahí camino y celebro mi nuevo nacimiento, mi nueva vida. Cae una caja, la caja de algún antepasado y la tengo al margen del camino. Prohibido olvidar, obligatorio recordar. Para no cometer los mismos errores, no volver a sufrir y no perder nuevamente. Aprender a ganar y vencer, aprender a triunfar tras varias batallas perdidas, para enfrentar la batalla final y así ganar la guerra. No caerse a pedazos por un amor que ya no nos quiere. No prometer cuando nos enojamos, porque nunca, jamás lo cumplimos. Creer que todo es posible, que algún día volverás a mí. ¿Volverás? Claro que no, dejaste bien marcado que no quieres más que vivir tu vida, sin presiones ni compromisos. Pues adiós, si aún no puedes comprender que unas monedas de oro valen más que otro par de bronce, no comprendes que mi amor por ti es único y no habrá otro igual, con la misma dosis de cariño y paciencia, la misma sustancia que calme tu llanto y alivie el dolor, la misma cantidad de risas y momentos compartidos, ni quien pueda decir que su felicidad lleva nombre y apellido y esos te pertenecen.
Ya no dormiremos juntos, ya no reiré a tu lado, simplemente te veré pasar y tendrás que ser uno más del montón. No me celes, pues así tú lo quisiste, no me ignores, pues también pediste que así sea. No me distraigas con tus sonrisas ganadoras, ni con tus ganas de hacerte desear, no me provoques, pues sabes que el amor es mucho más que el deseo. El amor es una dulce tentación, a la que no sabemos decir ¡NO! ¿Algún día, dije no? ¿Escuchaste esa palabra susurrar con mi voz? Pues claro, nunca jamás dejé de amarte. Aún en los peores momentos de nuestra “existencia”, no dudé en mi amor hacia vos, porque a pesar de todo, te perdoné mil y una veces, mil veces sonreí por verte crecer a pesar de todas las infamias que se nos presentaron.
Me tengo que acostumbrar a un mundo en el que tú no estás, en que tu ausencia pueda hacerme sonreír y no llorar. No más lágrimas con tu nombre y en tu honor, no más sacrificios ni promesas falsas, guardo las esperanzas y las aparto de mi camino. Las escondo, las congelo. Muero en este camino, nace uno nuevo. Ahí estoy yo, ahí camino y celebro mi nuevo nacimiento, mi nueva vida. Cae una caja, la caja de algún antepasado y la tengo al margen del camino. Prohibido olvidar, obligatorio recordar. Para no cometer los mismos errores, no volver a sufrir y no perder nuevamente. Aprender a ganar y vencer, aprender a triunfar tras varias batallas perdidas, para enfrentar la batalla final y así ganar la guerra. No caerse a pedazos por un amor que ya no nos quiere. No prometer cuando nos enojamos, porque nunca, jamás lo cumplimos. Creer que todo es posible, que algún día volverás a mí. ¿Volverás? Claro que no, dejaste bien marcado que no quieres más que vivir tu vida, sin presiones ni compromisos. Pues adiós, si aún no puedes comprender que unas monedas de oro valen más que otro par de bronce, no comprendes que mi amor por ti es único y no habrá otro igual, con la misma dosis de cariño y paciencia, la misma sustancia que calme tu llanto y alivie el dolor, la misma cantidad de risas y momentos compartidos, ni quien pueda decir que su felicidad lleva nombre y apellido y esos te pertenecen.
Ya no dormiremos juntos, ya no reiré a tu lado, simplemente te veré pasar y tendrás que ser uno más del montón. No me celes, pues así tú lo quisiste, no me ignores, pues también pediste que así sea. No me distraigas con tus sonrisas ganadoras, ni con tus ganas de hacerte desear, no me provoques, pues sabes que el amor es mucho más que el deseo. El amor es una dulce tentación, a la que no sabemos decir ¡NO! ¿Algún día, dije no? ¿Escuchaste esa palabra susurrar con mi voz? Pues claro, nunca jamás dejé de amarte. Aún en los peores momentos de nuestra “existencia”, no dudé en mi amor hacia vos, porque a pesar de todo, te perdoné mil y una veces, mil veces sonreí por verte crecer a pesar de todas las infamias que se nos presentaron.
Fuiste mi primer amor, fuiste mi verdadero amor, desde los primeros besos hasta el último roce de nuestros cuerpos. Fuiste todo, fuiste locura, pasión y magia. Fuiste mi vida, fuiste la paz y la tranquilidad, fuiste la melodía de mis canciones, el escenario de mis bailes, la mano para seguir y el camino para avanzar. Fuiste todo lo que deseé un día, pero lees y ves todo en pasado. Como dice la canción: “Fuiste mi mejor poesía, fuiste mi mejor canción, si el verbo está en pasado no fue por mi decisión”. Me dijiste adiós, una vez más cabe aclarar. Adiós, y un adiós para siempre, ya veo que no me necesitas en tu vida, que mis acciones las puede ocupar otra cualquiera. Si te hace feliz, pues así lo dejaré. Sabes bien que lo que más anhelo en este momento es verte sonreír, verte vivir como tu quieres, verte feliz y con alegría como aquellos días que eran nuestros y de nadie más. Eran y no volverán, se fueron. Vuélvete a enamorar, vive la vida. Pero te pido por última vez que me mires, no por obligación ni porque yo te lo pido, sino que quiero recordar tu mirada. Aquella mirada que me enamoró y no ver tus ojos mieles recorrer las calles sin saber que nunca los volveré a ver. Además, mírame a mí, observa cada detalle, pues quizás me extrañes. Extrañes ciertas cosas, porque te acostumbraste a nuestra existencia. Nos acostumbramos a vivir entrelazados. Pero no más, ya no. Me dejas atrás y sigues tu camino, ¡sé feliz! Mírame, ¿quién sabe a donde llegaré? He dejado alguna que otra promesa atrás, porque sino, no sobrevivo. No sin tu amor. Perdón, perdóname por no saber vivir sin ti y avanzar el camino de otra manera a la que habíamos planeado. Perdón por abandonar tus sueños que eran míos, espero que no abandones los nuestros. Espero que jamás olvides todo lo que vivimos, todo lo que soñamos y aún no pudimos hacer, todo aquello que los dos pensábamos y anhelábamos y que aún así, por motivos que vos y yo sabemos, no hicimos pero pensábamos hacer. Gracias por enseñarme a amar, no te olvides nunca que un corazón late por verte vivir, late por haber aprendido a amar.
Juan Luis Serra
15/03/08 – 16/11/10
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