La madrugada de una noche de otoño, el viento hacía tiritar las hojas de los árboles y daba escalofríos al vestir una remera que dejaba descubiertos los brazos. Toca la puerta de la casa, y ella sale al encuentro. Hola, que tal. Todo lo normal hasta que su voz resuena por lo bajo, mientras no le quita los ojos de encima a ella.
- Quería decirte perdón
- ¿Por?
- Por todo, por todas las veces que te hice sentir mal. Creo que fueron muchas más de las que esperabas.
- Puede ser. Pero no me digas “por todo”. Enumérame las cosas, todas.
- No sé, creo que son muchas
Se lo nota arrepentido y busca un abrazo de consuelo. Sus brazos se encuentran y él deposita un beso en la mejilla de la chica.
- ¿Y qué tiene él?
- Nada especial.
- Pero se te veía muy feliz
- Simplemente reía, como cualquier día de mi vida
- No sé. Algo debe tener para que sonrías así, te gusta.
- Nada. Simplemente es lindo, tiene una sonrisa maravillosa. Pero nada más, eso es todo.
- ¿Y yo? ¿Qué tengo que me haga diferente?
- ¿Enserio me preguntas? Te amo, creo que eso es suficiente.
Se miran. Sonríen. Nada, nada era normal en esa atmósfera que ni ellos entendían. Pasan unos minutos de charla, palabras van, palabras vienen y quedan cerca, más cerca de lo que ellos mismos podían creer.
- Soy muy impulsivo ¿sabes?
- Yo también suelo serlo, pero no siempre es bueno
- ¿A qué te refieres?
- A situaciones que no son como éstas, sino a otras un poco más… comprometedoras.
- Entiendo…
Él acerca su rostro hacia el de ella, quedando las narices pegadas y mirándose fijamente. Ella ni se movía, sólo se sentía su respiración. Por dentro, podría notarse cómo un par de mariposas jugaban en su panza, corrían nerviosa. Si, ella estaba nerviosa en realidad. Él quería darle un beso, rozar sus labios como hacía tiempo que no sucedía. Lo intenta, cree que ella no quiere, no desea aquel momento. ¡Cómo se equivocaba! Tras ese intento, él dice unas palabras. Ella lo miraba fijo, tal como venía haciendo.
- Me frenaste el impulso
- No hice nada, ni siquiera me moví. Te frenaste solo, no moví ni un pelo. Si querés hacer algo, hacelo de una, por completo.
Sus ojos mieles nuevamente se encuentran con los grises de ella. Se acerca y sus labios se encuentran una vez más. Un abrazo grande los envuelve.
Él dice algo, sus labios murmuran algo como una broma y a los segundos nota cierto dejo en el interés de ella. Luego lo comprobó tras escucharla.
- Ves ¿no?
- ¿Qué cosa?
- El por qué me cuesta a veces creerte, confiar en vos.
- No entiendo…
- Cada vez que hablamos de algo, que a mi criterio resulta serio, que tengo ganas de saber, tú me sales con una broma, un par de palabras rebuscadas que no tienen más que patas cortas. Quizás lo creo, quizás no, pero luego me dices la verdad a aquello del principio y tengo dos cosas y no sé cual creer. ¿Ahora lo entiendes?
- Sí…
Sus ojos mieles nuevamente en un punto fijo. Ella sabía claramente de que debía darle la razón. Era hora de partir. Ya se hacia tarde y cada uno debía volver a sus cosas. Intrigada ella pregunta
- ¿A qué se debió esto? ¿Por qué apareces ahora, así, sin más?
- Creo que está muy en claro. Me gustas, te amo. Tengo que partir.
- Pero…
- No te esperabas que apareciera así como así. Lo sé, te conozco. Pero recuerda “la vida a veces te sorprende”.
- Ya lo creo.
- Me voy. Ve a donde tienes que ir. Ve a donde los sueños se hacen realidad.
Besa la frente de ella y a lo lejos se lo ve cruzar el horizonte.
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