Querido diario:
Muchos podrían decir “Hay que fuerte que sos, pasaste por tantas cosas y sin embargo, acá estas, sonriéndole a la vida y disfrutando cada segundo de ella”. Bueno, en cierta medida, es cierto. Pero, en la otra, no tanto. No todos sino que muy pocos en realidad, son aquellos que pueden ver que no soy todo lo que muestro, sino que detrás de esas sonrisas, de esa energía casi eterna, hay un alma un poco desolada, un alma que por momentos, se encuentra en soledad. ¿O acaso nunca les sucedió el necesitar más que nunca un abrazo, un “te quiero”? Bueno, eso es lo que se esconde detrás de mi rostro, cada vez que me siento vacía, eso es lo que necesito en este momento. Es una de esas circunstancias en las que decís “El rulo siempre vuelve”, en las que querés escapar de la ciudad y volar lejos, lejos. Y estuve tantos días con estas ganas de depositar todo en un papel, que como muchas veces, eran tantas cosas que no podía enrollar todo en un pequeño portarretrato. Creo que lo que siempre me caracterizó, desde muy chiquita, fue mi parentesco con los elefantes. ¿Elefantes? Si, porque son los animales con mayor memoria, aquellos que albergan recuerdos detallistas. Y cualquiera puede darte a entender, que soy de esas personas que recuerdan todas las fechas, todos los detalles de un momento en especial. Recuerdo que hace unos pocos días, recordaba aquel día triste, en el que mis lágrimas no se detuvieron ni por un instante, en el que mis familiares tuvieron que sacarme de aquel lugar porque ya no podían controlarme con simples palabras. Y puedo recordar cómo mi piel se cubría de escamas, cómo mis ojos se tornaban más dilatados de lo común y mi corazón latía desenfrenadamente. Seis. Seis años de aquel 18 de julio, de aquel lunes gris, por no decir negro. Aquel lunes que me vestí de luto para despedir a un grande, a mi segundo papá. Pero a pesar de eso, hoy me quedan todas las cosas que compartí a su lado, que viví junto a él. Todas sus enseñanzas, todas las cosas que aprendí de él y que él me dejó cultivadas. Y además, aquel recuerdo de su sonrisa eterna, ese brillo de sus ojos verdes que por momentos, mi familia ve en mí, esa humildad que lo caracterizaba como único. Y dos años después, un 19 de julio me encontraba en el quirófano, aterrada al saber que no podría hacer lo que más me gustaba a lo largo de un año, porque tenía que estar en reposo. Un jueves, día anterior al día del amigo y yo internada en Buenos Aires, sabiendo lo que me deparaba horas después. Entré al quirófano de la mano de mi vieja y pensé que se la iba a quebrar de lo fuerte que la sostenía. No quería dejarla ir, no quería quedarme ahí, sola. Se puede decir, que después de este momento, cambié. No sé si para bien o no, sí que fue un golpe drástico en mi vida. Fue un cambio radical, un cambio en mi personalidad y forma de ser. Así, pude empezar mis días de nuevo como quien dice “aprendí a caminar”, que a decir verdad, lo tuve que hacer después de estar tres días acostada en la misma posición, sin moverme. ¡Pesado el tema! Pero lo mejor de eso, es que poco tiempo después, descubrí cosas maravillosas con las que antes no contaba. ¿Por ejemplo? Conocí amigos que me brindaron las mejores amistades, estén o no hoy a mi lado, conocí a quien tres años más tarde, la madrugada del 20 de julio, estaría acostado a mi lado, sonriéndome y diciendo palabras que hoy en día recuerdo. Esas palabras que pertenecen al grupo que nunca se olvidan, esas palabras que marcan tus días, tus pasos y hasta tu forma de pensar. ¡Y no puedo negarlo, me hacen dudar tantas cosas hoy en día! “¿Sabes algo? Me encantaría que me esperes el año este que nos diferencia en la secundaria, e irme a estudiar junto a vos. Compartir todos los años que vienen adelante y formar una familia con vos. Decirte “mi amor” todas las mañanas y saludarte todas las noches con un beso. Dormir con vos toda la noche y despertarme abrazado a tu cintura. Todo eso porque te amo, te amo con locura y no quiero volver a perderte. Nunca más.” Esas, quizás no tan exactas, pero esas fueron las palabras que una madrugada de invierno, pudieron llevar a mis oídos y hacerme emocionar. Fue un momento que atesoro en mi memoria y que, a decir verdad, por momentos quisiera que se vuelva realidad. Pero como quién dice, no siempre dependen de nosotros el hacer realidad un sueño: por más que pongamos todo de nosotros, si el destino no quiere que se cumpla, no se cumplirá. Pero después de todo, ¿quién podía imaginar que las cosas se tornaran tan diferentes a lo esperado? Bueno, en mis planes: no estaba. Y ese mismo 20 de julio, como todos los años, estarían mis amigos acompañándome, sonriendo y por sobre todo, juntos. Y a ellos, creo que ya no tengo palabras para demostrarles mi cariño, porque es muy infinito y todo lo que hicieron por mí, no tiene nombre. Pero a ellos… a ellos les debo otra historia, ellos merecen mucho más que un pedazo de papel.
With love, J
No hay comentarios:
Publicar un comentario